diecisiete

los peces que vuelan son más felices*



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Cuando se conocieron él tenía diecisiete años y ella una piruleta derretida en el bolsillo izquierdo de la chaqueta; la de lana roja que le había comprado su hermana en Bucarest. Aquel día de Abril sólo se atrevieron a hablar del nacionalsocialismo en Suecia y de lo redonda que era realmente la Tierra ante los ojos de ambos. (El tercer planeta del sistema solar). Dos días después ya eran capaces de darse los buenos días sin vasodilatar sus respectivos rostros. 
Juntos ahogaron una hormiga en un verde vaso de café colombiano con seis cucharadas y media de azúcar moreno; crueles poseedores de la vida del insecto. De este modo, sellaron su unión.
Seis calendarios y nueve meses después para que al mundo llegase su primogénita. Una niña rubia y sonriente, a pesar de que ambos eran ateos. De su madre heredó la peca de detrás de la rodilla. De su padre, una cuarta edición de tapa dura de El amor en los tiempos del cólera.

3 comentarios:

Logos, vectores y viceversa dijo...

bonito libro para tener como herencia.

Marta Simonet dijo...

Me encantaría ser un pez que vuela,entonces,hoy más que nunca.


Mil besos (que vuelan también).

Txaro dijo...

Me gustan las letras de colores... y los colores de esta historia.