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*o de cómo la madurez es un rango
Es tan sencillo y tan complejo como abrir la mano para dejar que caiga la arena. Más de once músculos que se ponen en marcha dando libertad a cada uno de esos minúsculos granitos (véase extensor corto del pulgar)
La sangre de nuevo fluye hacia las piernas, el perdón nos glorifica y hace hombres.
Aterroriza pensar que nuestra arena pasará a formar parte de la inmensa playa; que posiblemente nunca volvamos a encontrarla, a retenerla, a gozar de su presencia sobre nuestra epidermis. Como una aguja en un pajar. Tan sólo el azaroso azar puede lograrlo.
Y te levantas pisoteando tus propias cenizas. Resurgiendo el fénix de una manzana pecaminosa (véase también interóseos palmares).
Lo único que te queda es esperar que tus huellas dejen una marca imborrable; tatuajes sobre la piel de esa misma arena que un buen día perteneció a nadie al cuadrado.
Besas sus pezones erectos, su erección fastuosa, sus libros enrevesados sobre las musarañas que tenían sueños eróticos. Y te alejas cantando un son que ni tú ni nadie comprende (véase también músculo lumbrical de la mano)
*una canción para la Magdalena
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