tres






Eres un poco tú y un poco yo, un poco como las sandías que al abrirlas todavía están en la adolescencia, tal vez decepcionante por momentos milimétricos. Eres como los niños a los que entrenan desde garbanzos para comer con cuchara y tenedor*, como los amaneceres sistemáticos de un país que no se despierta, como la preciosidad del sol en medio de la eterna oscuridad. Eres casi con absoluta seguridad lo más hermoso del calendario bisiesto, el treinta y uno de este, el cuarenta y seis del que viene. Eres como el sabor de la fresa ácida que escuece en la lengua y las pestañas, como la respiración de aquel que no tiene pulmones, escaso, nulo, inexistente. Eres el dorremí de una escala imaginada, los árboles de un desierto otoñal. Eres agua, eres aire, eres fuego. Lo eres todo, o tal vez no seas nada




*todos deberíamos comer con las manos






(a eMe) 

dos

Tras muchas, demasiadas cosas en un día de caos absoluto, he decidido que ya está bien. Que el mundo se entere de una puta vez de que para mí sólo yo soy para siempre, de que este ego hay que cultivarlo. No estoy dispuesta a dejar morir las flores por falta de riego.

Supongo que llegado este punto en el que todo importa y a la vez todo me es indiferente, cumplo al fin los requisitos que padre decía, eso de estar sólo en una plaza llena de gente sin que te importe la soledad, sin que las ganas que tengas de chillar soy feliz te afecten. Porque lo eres.
Llevaba un precioso vestido de piqué azul, verde y veige. Con fondo blanco. Zapatos de antelina color klein, ídem la chaqueta por si refresca. Y allí, en aquella piscina en la que remojaba la negra lencería, me dí cuenta de que los días pasan y no podemos continuar de este modo.
Todo se ha acabado, puede ser, me dije. Todo empieza.
No fue demasiado o tal vez sí. Los blancos suspiros de ojos enrojecidos, las mañanas bostezando susurros de caracola, nubes de incertidumbre borrascosa; te quiero, mi vida. No me mientas. Los juegos dolorosos de trisomías parciales, maravillas engendradas de amor y combate, estupideces infinitas que hacen vomitar al alma y temblar las rodillas. Te quiero, mi vida. No me mientas.

uno

Llegada una etapa de mi vida en la que todo es demasiado diferente de cómo empezó no puedo más que regresar a mis orígenes pero en un punto muy diferente. Como dos líneas paralelas que jamás deben cruzarse ni se cruzarán. En un remolino de felicidad, sumergida en el caos absoluto de mi propia persona, al fin sabia y perfumada diré que los años no pasan en vano. 
Sobre este montón de errores iré acumulando nuevos quehaceres, promesas estúpidas, ideas vanales. Pido permiso para desvariar.
 
Como cuando era tan pequeña como un ratón, que nunca me quería poner aquel peto vaquero que mi madre me había comprado. Llegó un momento en el que el peto ya no me servía y mamá se deshizo de él. Supongo que se lo daría a alguien, nuevo como estaba de nunca haber sido puesto. Fue entonces cuando quise vestirlo. Quería sentir la tela áspera de mi peto odiado, sus tirantes con engache metálico, las costuras de hilo amarillo. Pero mi peto ya no estaba. 

La gran diferencia es que ahora soy consciente del mismísimo cronos, de que es demasiado tarde para todo aquel que no supo respirar. No obstante, es el momento perfecto para volver a comenzar. Me lo dice el alma.  Y a mí el alma nunca me miente.
Veremos.