ocho

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Sincera me estremezco vibrando cada vez que pronuncias mi nombre. Resuenan tres letras bajo esta lengua mía que no hace más que añorarte sin haberte apenas conocido. Justo después de todo esto la incertidumbre ingeniosa de aquel que jamás ha amado me asalta en la oscuridad de la noche fingida. No temas, me dice; pero ya nada vuelve a ser lo mismo.
Atracando atracantes atracos que no dejan de percutirme las pestañas invado silenciosa la paz de tus lienzos decorados, tus tímidos silencios, tu alevosía intransigente. No alcanzan cien monosílabos para reflejar todo lo que se me pasa por la mente. Y seguro que tú tampoco querrías conocerlo. Tan sólo sé que con un chasquido se me hiela la sangre y el corazón se detiene a escuchar quién llama. Me muero.
Días después encontrarán mi cadáver putrefacto, apestando entonces estas indecentes intenciones. La policía marcará mi silueta en tiza blanca, olfatearán los estúpidos detectives las causas de tamaña majadería. Nada encontrarán los necios. Porque tan sólo tú y yo sabremos que fue el veneno de una noche inválida a la luz de las velas imaginadas.
Aquí yace quien feliz murió de tanto amar peces de colores.

siete








Me he puesto a ver tu foto, sólo Dios sabe por qué, y ha sido entonces cuando me he sentido extremadamente sola. He acariciado cada píxel en la pantalla, cada mañana que despierta entre mis manos, y nadie me ha sabido decir qué ocurrirá conmigo cuando todo esto termine de torturarme. Nadie.
Justo las yemas de mis dedos han rozado la piel de mis antebrazos, las venas que claman libertad de una vez por todas. Mi mente ha reaccionado ávida de compañía y silbidos para comprender que somos como dos líneas paralelas. Y tú mejor que nadie sabes que dos paralelas jamás se cruzan. Jamás.
Mentirían incluso borrachos y niños si dijésemos que tengo la menor idea de hacia dónde me lleva todo esto, pero tal vez tampoco quiero saberlo. Retorciéndome pues en el supuesto placer de una soledad buscada, fálica representación del cuarto movimiento de la vida. Cuarto.

Me ignoras aunque las señales de humo digan que por vez primera hay mundo suficiente para los dos, forastero. Y yo quisiera que recorrieses mi piel con los pinceles todavía húmedos apestando a trementina, el disolvente de los dioses; para fundirnos en un único ser de escamas camaleónicas y lengua enrollada, como una lagartija del destino que visita por vez primera la consulta del psiquiatra. Loca, borracha, ciega de sexo y verdades. Te quiero.
Y ante el silencio de la estúpida indiferencia balanceo mis piernas entre más de tres litros diarios de agua (terminaré por convertirme en sapo), que nadie va a leerse esto pero a lo mejor tú si lo haces. Llevado por la vanidad, los recuerdos o simplemente la inteligencia forzada. Que sólo los enfermos olvidan.