cuarenta y tres

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Estábamos en una habitación bastante grande. Y blanca. Muy blanca. El techo, blanco. Blanco el suelo y blancas también las paredes.
Una enorme puerta como la nieve y dos pálidas ventanas por las que entraba muchísima luz. Tanta como la que pueden dar seis soles y veintidós estrellas polares juntos.


Fumábamos. Eso seguro. Recuerdo mucho humo, y posiblemente olor a tabaco. Era precioso porque cada una de nuestras diáfanas bocanadas filtraba la claridad deshaciéndose en ella, como queriendo fundirse con su resplandor.
Yo era una mera observadora al margen de aquella escena de tamaña grandiosidad. Tal vez canturreaba algo.
Albert salpicaba firmemente el inmaculado suelo de moqueta con agresivos hilos de pintura negra. Y aunque las sacudidas del pincel eran fuertes, él se movía despacio, sigiloso; como temiendo deshacer todo aquello que estaba pintando. De este modo y poco a poco, la virgen superficie iba siendo desflorada por aquellos garabatos color alquitrán.
Miquel Joan, por su parte, rellenaba dulcemente las líneas de un pentagrama que se extendía a lo largo de las paredes de toda la habitación. Con la pipa en la boca colocaba cada nuevo punto negro en su posición correcta; como un nuevo suspiro que, mecido entre los gemidos de la tarde etérea, compondría una preciosa melodía. Corcheas, semicorcheas. En clave de sol.


Para cuando ambos terminaron sus delicadas tareas yo ya había salido de mi espectante letargia para participar abiertamente en la que ya ha sido denominada "una orgía de creación". Me desplazaba ligera, volátil, sin pisar apenas el suelo recién pintado. Y al final del pentagrama, ya totalmente cubierto, escribía con prisas. "Let it be". Era justo entonces cuando la puerta se abría de golpe.
Los ojos me lloraban.
Quim entraba sonriente y me rodeaba con sus larguísimos brazos de ser humano.


Ahí, muy señores míos, terminaba mi sueño.




*whisper words of wisdom

1 comentarios:

Lorraine dijo...

Si es que los sueños siempre terminan en lo mejor... cachis!