Eres un poco tú y un poco yo, un poco como las sandías que al abrirlas todavía están en la adolescencia, tal vez decepcionante por momentos milimétricos. Eres como los niños a los que entrenan desde garbanzos para comer con cuchara y tenedor*, como los amaneceres sistemáticos de un país que no se despierta, como la preciosidad del sol en medio de la eterna oscuridad. Eres casi con absoluta seguridad lo más hermoso del calendario bisiesto, el treinta y uno de este, el cuarenta y seis del que viene. Eres como el sabor de la fresa ácida que escuece en la lengua y las pestañas, como la respiración de aquel que no tiene pulmones, escaso, nulo, inexistente. Eres el dorremí de una escala imaginada, los árboles de un desierto otoñal. Eres agua, eres aire, eres fuego. Lo eres todo, o tal vez no seas nada
*todos deberíamos comer con las manos
(a eMe)