Eran una familia bastante curiosa en lo que refiere al aspecto psiquiátrico-motor. El padre, un varón de raza blanca de cincuenta y siete años (mes arriba, mes abajo) trabajaba a jornada completa como corredor de apuestas en las carreras de caracoles. En lo que a vocación respecta podría decirse que el señor Mirrow adoraba tanto su trabajo como en su día Wolgfang Amadeus Mozart adoró el requiem que componía para su propio entierro. Era espeluznante a la par que tierno verle levantarse cada mañana de su lecho de rosas, desayunar tres gotas de miel y partir falsamente entusiasmado hacia la monotonía de un empleo fingidamente genial. Los moluscs eran su Lacrimosa.
La señora Mirrow, de soltera Tick, tenía no menos de cuarenta y nueve años a sus espaldas y aseguraba que su fecha de nacimiento tan sólo podía conocerse a través de los documentos oficiales o de la lápida que ella misma había ordenado grabar en su vigésimo tercer cumpleaños (una bellísima losa de mármol rosado de esquinas redondeadas sobre la que se podía leer con letra excesivamente cursiva "jamás fue buena persona"). Se había dedicado desde los dieciocho años a promocionar los productos para cabello pelirrojo de una conocida marca de cosmética, empleo para el cual no fue impedimento ser la propietaria de una espesa y larguísima cabellera negra. No obstante, cuando nació su segundo hijo decidió romper con todo y fundó una empresa de pornografía para canarios que se había hecho bastante famosa (sobre todo después de que sus guiones fueran premiados varias veces por países como Corea del Norte, Argentina, Portugal y los mismísimos Estados Unidos de América).
Conocí al mayor de los Mirrow, de nombre Broken, el día que este fue expulsado de mi instituto por haber tratado (no en vano) de prender fuego a las bragas de la profesora de latín. SANCTUS FLAMMA ET SALUS, HERETICUS DEFAECO AC TRUCIDO PRODITOR. Todo el mundo era conocedor de su latente piromanía, pero ese fue un asunto que se hizo mucho más evidente cuando Broken Mirrow amarró a su perro (un lebrel afgano de seis años demasiado viejo como para resistirse) en el interior de un incinerador de basuras marca Total Foolish. En resumidas cuentas podría decirse que, si eligiésemos a un desconocido al azar de entre las seis personas por minuto que pasaban por delante de la cafetería del pueblo cada mañana, cualquiera hubiera descrito al joven Mirrow como un "puto maníaco" o bien un "jodido psicópata".
Su hermana Bend era una joven de veinte años recién cumplidos que tenía los pechos más grandes y firmes del mundo. Había incluso quien afirmaba que había nacido ya con pechos de silicona, posiblemente debido a la dieta rica en kiwis y sales de bicarbonato que su madre había seguido durante el embarazo. La cuestión es que la joven y voluptuosa Bend era estudiante ejemplar y amante satisfecha de un sinfín de seres humanos de distintos sexos. Pero seis meses atrás había conocido a un caballero sesenta años, un mes y tres días mayor que ella que se había enamorado locamente de su artificial virginalidad y le había jurado amor eterno y crédito sin límite a cambio de tres besos con lengua a la semana y una felación cada diecisiete días.
Por último estaba Dein Sanem, el pequeño de nombre compuesto de los Mirrow. Tenía siete años y quería ser domador de cangrejos o cobaya humana, no lo había decidido aún. Era el número uno de su clase y le gustaba jugar con el enorme jarrón de amapolas que siempre reposaba tranquilo sobre la mesa del comedor familiar. Era un niño vulgar, un vulgar niño de mirada perdida y pegamento en las fosas nasales.
Puedo asegurar pues y sin miedo a equivocarme que los Mirrow eran total y absolutamente felices.